La Fábrica de Ricardo Bofill

La Fábrica de Ricardo Bofill

Tres grandes arquitectos nos han despedido en los últimos meses. Oriol Bohigas falleció en noviembre, Richard Rogers lo hizo en diciembre, y recientemente, en enero, nos ha dejado Ricardo Bofill. Esta entrada del blog, a propósito de su “Fábrica”, el lugar donde Bofill trabajaba y residía, pretende ser un humilde tributo a la figura del arquitecto catalán.

Fiel a su carácter intrépido, innovador, ecléctico y arriesgado, Ricardo Bofill adquirió en 1970 -aún muy joven- una antigua fábrica de hormigón emplazada en los alrededores de Barcelona. Acaso la más antigua de España, la factoría se encontraba en buena medida derruida; los imponentes silos, la sala de preparación del hormigón y algunas escaleras y conductos, sin embargo, se mantenían todavía en pie sin perder el carácter imponente que, en otro tiempo, tuvo todo el conjunto.

Bofill, quien siempre se ha denominado a sí mismo un “nómada” de la arquitectura, habría de encontrar en este sorprendente lugar una suerte de refugio vital para combinar con sus frecuentes viajes y estancias en el extranjero. No sólo eso, la fábrica alojaría también la sede física de su “Taller de Arquitectura”. Allí, en la fábrica, trabajarían a partir de la mitad de la década de los 70, codo con codo, matemáticos, filósofos, ingenieros, geómetras y -casi en menor medida- arquitectos. Así, el arquitecto catalán fue tan innovador en la creación de sus espacios de vida y de trabajo como en la configuración, tan multidisciplinar, de su empresa.

Bofill, a primera vista, se enamoró del carácter ecléctico de la fábrica cuando la descubrió. Aquellas ruinas industriales poseían, por supuesto, la fuerza y el recuerdo del mundo industrial de principios de siglo XX. Pero, del mismo modo, entrañaban un cierto carácter vernáculo en muchos detalles o formas; e, incluso, ciertos elementos semiderruidos (como escaleras que no llevaban a ninguna parte, o silos que parecían flotar suspendidos con ligeras patas de hormigón) evocaban ecos de surrealismo.

Con todos estos ingredientes, con sus ideas personales y vitales, y con su buena mano, el arquitecto catalán reordenó y completó los espacios de la fábrica para dar vida a 4 zonas: el estudio, la llamada “catedral”, la vivienda y los jardines.

El estudio se emplaza en los silos de la fábrica, y cuenta con cuatro plantas conectadas por una escalera vertical. El espacio es limpio, claro, luminoso y muy abstracto. Destaca, como es lógico, el despacho del arquitecto, bañado en blanco y con una imponente altura de 4 metros. Las formas onduladas de paredes y techos dialogan perfectamente con las líneas curvas y oscuras de las sillas Thonet y de las patas metálicas de las mesas de trabajo.

La catedral, en cambio, es un espacio menos íntimo, pero mucho más espectacular. Se trata de la antigua zona de elaboración del cemento: un espacio amplísimo sobre el que sobrevuelan tolvas y silos. Esta suerte de templo industrial -de ahí su nombre- aloja salas de exposiciones, un gran espacio de reunión y zona de conferencias. La estética industrial inunda la estancia gracias al hormigón en bruto, oxidado incluso, que permanece en paredes y techos. La mayor parte del mobiliario que puebla este espacio fue diseño del propio “taller”: imponentes y larguísimas mesas de madera de roble, butacas de piel oscura y esbeltos caballetes de madera que exhiben pinturas, croquis y proyectos de Bofill. Solamente Charles y Ray Eames acompañan en la citada composición: sus elegantes Aluminum Chair, en este caso tapizadas en blanco, aportan un aire de sofisticación al conjunto que, inteligentemente, contrasta con el aire industrial.

Ciertos ámbitos de la vivienda comparten resonancias del espacio anterior, la Catedral. La zona de pública de vivienda, en concreto, es también un espacio enorme, con distintos juegos de plantas y alturas. El hormigón también aquí es protagonista, pero su presencia se suaviza mediante unas cortinas blancas, gigantescas, que bañan algunos muros. El mismo blanco que aparece en algunos suelos, en una escalera central y en ciertas piezas del mobiliario: las Lounge Chair de Charles y Ray Eames y diversos sofas en distintos tamaños. Otras piezas no menos sugerentes, como la Chaise Longue de Le Corbusier o las sorprendentes sillas de Rennie Mackintosh, adquieren tonos oscuros y negros, en contraste con los elementos anteriores.Todo ello, además, combina con la presencia de madera en baldas y armarios; y combina, igualmente, con potentes elementos de vegetación: desde las plantas emplazas en el interior hasta la vegetación de los jardines que se percibe a través de las ventanas.

El resultado es un espacio extraordinario, difícil de describir: referencias tan distintas en muebles y elementos decorativos que, inexplicablemente, encajan perfectamente en un conjunto tan complejo; conjunto que mantiene además la memoria de otra vida previa, la industrial.

Otras estancias de la vivienda son, en cambio, más íntimas. Más sensuales, incluso. Espacios como el dormitorio, zonas de reunión o diversos comedores abandonan la sensación industrial y adquieren una connotación más cálida: sus paredes se acaban en distintos estucos rojizos y los muros, ahora, son dominadas por los esbeltos arcos que en otros espacios eran secundarios. Las sillas y taburetes de Gaudí, tan sinuosas en sus formas, conforman también la citada atmósfera.

No menos sorprendentes e intensos son los jardines. El último de los cuatro componentes de la fábrica. Especies como eucaliptos, palmeras, olivos, prunus y diversas plantas tropicales componen las distintas zonas, todas exuberantes en sus colores verdes. Y, de nuevo, el contraste entre elementos juega un rol fundamental: las viajas fachadas de la fábrica, con su rudo hormigón, sus líneas curvas y los arcos esbeltos que añadiera el arquitecto contrastan fuertemente con el verdor de todos los elementos vegetales.

Son pocos estas líneas para describir correctamente un proyecto tan vasto y complejo. Quizá basten, al menos, para dar cuenta de que la Fábrica es el fiel reflejo del carácter de Bofill como arquitecto: su gran creatividad, su eclecticismo, su fuerza y su intensidad encuentran eco en los espacios de esta inmensa obra de arquitectura.

*Créditos fotográficos: Gregory Civera, Lluis Carbonell, Ricardo Bofill Taller de Arquitectura

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